“Estábamos en medio del agua cuando un volcán, más alto que esta casa, nos llevó. No vimos nada más, ahí nos llevó. Yo me paré en tierra una vez, me pasé la mano por la cara, y una de mis hijas que estaba pegada de mí, me dijo ¡ay mami!, y no la volví a ver más ni a ella ni a mis otros dos hijos”.
Ana Josefa Díaz tenía 33 años, el río Yuna, segundo más caudaloso e importante del país, la arrastró unos 60 kilómetros, el viernes 31 de agosto de 1979, y se habría tragado a tres de sus cuatro hijos. Uno salvó la vida en unos matorrales a orillas del afluente y su esposo subió a una mata de mango. Recién cumplió 62 años casada con don Ramón Diloné, padre de sus ocho hijos, tres desaparecidos (de 11, 9 y 6 años), uno que falleció pequeño y otros tres nacidos después del huracán.
Con problemas auditivos, osteoporosis y mala circulación en las piernas, doña Fefa, como todos la llaman en Los Quemados, comunidad de la provincia Monseñor Nouel, en su casa techada de zinc, a orillas del Yuna, abrió sus puertas a una periodista que llegó sin avisar para conocer su historia.
Se quitó los guantes con los que lavaba la ropa de Diloné, quien estaba en una plantación de cacao, en la misma localidad donde hace 43 años perdieron todo. La anciana de baja estatura, enérgica y muy afable, sonrió y accedió al recuento, con un nuevo elemento: la duda de si están vivos o no sus hijos Ramón Eugenio, Luisa Andrea y Rosanny Díaz Diloné .
Sin sobresaltos, resignada, doña Fefa muestra dudas, aunque dice que la mulata con la que se reunieron en 2021 en un restaurante de Bonao, tiene rasgos similares a los de Diloné. “ella es india como su padre, se parece a él y a la familia de él, además tendrían la misma edad, unos 50 años”.
Una mujer, residente en Maimón, otro municipio de Monseñor Nouel, fue quien le llevó la información de que su hija estaba viva. Se refería a la que tenía 9 años (Luisa Andrea), cuando el desastre natural, pero que se había casado y reside en Italia. “A ella le llaman Esther, nos juntamos en un restaurante y dijo que era mi hija, que mi hijo mayor es médico en Estados Unidos y que la más pequeña está en la Capital (Santo Domingo)”. Agrega que Esther le dijo que no había dicho nada por miedo, que quien la sacó del río por los cabellos fue un militar. De eso dio pocos detalles.
Doña Fefa está desactualizada con la tecnología, no tiene teléfono ni radio ni televisión (aunque quiere una para ver la noticia), y carecer de recursos económicos para darle seguimiento y confirmar la versión.
Todavía cree en los telegramas, esas informaciones que se difundían por la radio y es por ello que “siempre he querido ponerle un telegrama por Radio Santa María”, emisora católica fundada en 1956 en la provincia La Vega y que mantiene alcance en toda la región del Cibao.
Al explicarle que su telegrama será publicado en el periódico, dictó lo siguiente: “Yo lo que quería era hacerle un llamado a Ramón Eugenio Díaz Diloné, si está vivo, que yo vivo en Los Quemados de Bonao. Que si está vivo que se presenta donde mi para yo velo”. Y a Rosanny Díaz Diloné “que si está viva que se presente que quiero verla antes de morir”.Esther le dijo que se haría una prueba de ADN para confirmar su parentesco.
Doña Fefa caminó desde su casa, cruzó un puente peatonal que está sobre el rio Yuna en Los Quemados y mostró el lugar donde estaba una enorme casa de madera, que sería su refugio cuando el huracán David, pero que el rio arrasó.
“Salimos de la casa de nosotros para este lugar, dizque porque era más seguro. Habían dos personas minusválidas que se llevó el río, igual que a nosotros cuando vino “el volcán” (el huracán).
Dice que la corriente los arrastró y ella logró agarrarse de un palo y luego subir a una balsa que la llevó unos 60 kilómetros, hasta el municipio de Cotuí, provincia Sánchez Ramírez. Al otro día, la balsa se quedó atorada, y con los ojos llenos de tierra, la ropa destrozada, vio a dos niños, como si estuviera alucinando.
Estos no querían ayudarla porque tenían miedo. “No creían que yo era humana, que después de ese desastre hubiera una persona viva en medio de ese río”.
Accedieron a ayudarla, amarraron palos con bejucos y la sacaron con ayuda de un tercero, que le puso su ropa y zapatos y la cargó hasta llevarla a una casa, donde pidió que la bañaran y la vistieran para luego a llevarla a una policlínica, donde duró siete días.
Ellos evitaron que el río me arrastrara hasta la presa de Hatillo, fueron ángeles para mí”.
Doña Josefa aunque se muestra conforme y poco emotiva, dice que en sueños escucha, a veces la voz de una niña que la llama mamá, “esa es la más chiquita y hasta la he visto frente a mi cama”.
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